Las mujeres viven un
gran momento en el mundo del flamenco, pero no siempre ha sido así. Aunque siempre ha habido mujeres
en el baile, el cante y el toque, durante años se han visto abocadas al
anonimato del hogar.
El flamenco nace a mediados del siglo XVIII en Andalucía, pero sus raíces se remontan a épocas más antiguas. Hay quienes sitúan el origen
del flamenco en la España árabe, con los cantes monocordes islámicos. Otros
incluso se retrotraen a varias siglos atrás, a la época de las ‘Pullae
gadatanae’ (muchachas
gaditanas), nombre que se les daba a todas las bailarinas del sur de la Baetica
que entre los siglos I a.C. al IV d.C. viajaban hasta Roma para actuar ante el
emperador romano. Y es aquí, en estas danzas donde algunos
sitúan el origen del baile flamenco.
Al principio, los
espectáculos flamencos se producían en entornos familiares o en reuniones muy
restringidas y dirigidas a un público muy concreto. Con la apertura de los cafés
cantantes en el siglo XIX, el flamenco pudo abrirse al público en general. Los
cafés cantantes eran locales de ocio donde, además de despacharse bebidas, se
ofrecían espectáculos de cante, toque y baile y en los
carteles de esos espectáculos no faltaban los nombres de mujeres.
Aunque la mayoría se dedicaban al baile, también había cantaoras
como Mercé “La Serneta”,
maestra en el cante por soleares. A ella se le atribuye la creación de hasta
siete estilos diferentes que han llegado hasta nuestros días. En esos cafés
también había guitarristas, como Anilla la
Gitana, que lo mismo estaba al toque que al cante.
El mundo del flamenco siempre ha estado rodeado de machismo y ser
mujer y dedicarse al flamenco no estaba bien visto. Desde las pioneras del siglo
XIX hasta los años setenta y ochenta del XX las mujeres quedaron relegadas al
hogar. Las que a pesar de todo decidieron dedicarse al flamenco, no tuvieron
una vida fácil. Muchas de las artistas que se atrevieron a
cantar o a bailar en público sufrieron malos tratos y vejaciones. La cantaora Concha la Peñaranda
fue asesinada y la bailaora Juana Antúnez se suicidó.
La
mayoría de las mujeres que siguieron adelante en el mundo del flamenco tuvieron
que optar por la soltería, como Fernanda y Bernarda de Utrera o la Paquera de
Jerez y las que se casaron tuvieron que dejar una espléndida
carrera. Para ellas el mundo de lo público estaba prohibido y, como mucho, solo
podían exhibir su arte en casa y fiestas familiares. A pesar de todos los inconvenientes con los que se encontraban, algunas
mujeres consiguieron llegar lejos.
El máximo exponente es Pastora Pavón,
“La Niña de los Peines”, que subió a los escenarios a los 8 años y que ya
no se bajó de ellos. La de La Niña de los Peines es la voz más reconocida de la
historia del flamenco, no en vano, en 1996, la Consejería de Cultura de la
Junta de Andalucía declaró los registros sonoros de su voz Bien de Interés
Cultural.
Esa
tendencia de cantaoras encerradas en sus casas comenzó a cambiar a partir de
los años setenta y en los ochenta, con la proliferación de festivales flamencos
en Andalucía, las peñas y los tablaos, las mujeres volvieron al escenario
público de este arte declarado en 2010 por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial
de la Humanidad.
Ya
en pleno siglo XXI las mujeres no tienen que esconderse en casa y comienzan a
ocupar el lugar que les corresponde en el flamenco… Juana la del Pipa, Lole Montoya, Estrella Morente, Esperanza Fernández, Rocío Márquez o María Pagés son
algunas de las mujeres que están teniendo un protagonismo especial en el
mundo del Flamenco, y al que llegan con fuerza gente joven como María Terremoto, Lela Soto o
Rosalía Vila al cante; Belén Novelli o Antonia Jiménez al toque; y Carmen Ruiz
o Rosana Aguilar al baile.
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